HOMENAJE A LOS 35 AÑOS DE AQUELLA BATALLA Y NUESTROS CAIDOS EN ACCION
CURRICULUM VITAE DEL ACTUAL FUNCIONARIO
Juan Jose Gomez
Centurion.
Mauricio Macri volvió a quedar en el ojo de la tormenta.
Trascendió que en caso de ganar las elecciones presidenciales planea designar
en el Ministerio de Defensa al actual funcionario porteño y excarapintada Juan José Gómez Centurión.
El 8 de marzo de 1976, 16 días antes del golpe
de Estado, Centurión ingresó al Colegio Militar, del que egresó como
subteniente en diciembre de 1979. Por su desempeño en la Guerra de Malvinas al
frente de una compañía del Regimiento Nº 25 recibió la Cruz al Heroico Valor en
Combate en la batalla de Darwin. "(Mohamed
Alí) Seineldín nos tomó juramento en secreto y nos mostró el mapa de las islas.
Partimos buscando la gloria. Los únicos que sabíamos éramos los oficiales",
recordó años atrás, en diálogo con el programa radial "Malvinas, su
historia".
En su curriculum se presenta como "paracaidista y comando,
veterano de la guerra". El colaborador de Macri tuvo a su cargo a 48
hombres en el archipiélago, cumplió los 24 años en las Islas y regresó detenido
después de la rendición. Continuó su carrera militar hasta los 49, cuando se
retiró con el grado de mayor.
Participó de los levantamientos de Semana
Santa, en abril de 1987, y de Monte Caseros, en enero de 1988, contra el
gobierno de Raúl Alfonsín.
Aunque evita hablar de su participación en los alzamientos armados contra el
gobierno popular del líder radical, se lo grabó públicamente más de una vez
hablando del tema. "Éramos
muy jóvenes y había mucho enojo con la cúpula militar, que no terminaba de reestructurar
un ejército que había perdido la guerra", se justificó ante un
matutino consultado sobre el accionar antidemocrático y anticonstitucional.
Pradera del Ganso- (Malvinas - 1982 ) Desarrollo de las acciones en combate
PRADERA DEL GANSO - LOS
BRAVOS DEL 25
Subof. Principal VGM Jorge Alberto
Pacheco
En el RI25, antes de partir hacia Malvinas
Honrando
el valor de los bravos del 25
Por el Suboficial Principal VGM Jorge Alberto Pacheco
El objetivo de este artículo es exponer la intervención de la 2da Sección
"ROMEO" de la Ca I “C” del RI 25 en la batalla de Pradera del Ganso
(Goose Green), acontecimiento que viví muy de cerca y que me marcó para siempre
como ser humano y soldado. Pretendo, también, que esta descripción histórica
constituya un póstumo reconocimiento a aquellos doce héroes de esta unidad,
quienes dieron sus vidas en favor del cumplimiento del sagrado deber militar.
En el año 1982, me hallaba destinado -con el grado de cabo- en el Regimiento de
Infantería 25 (RI 25), como jefe del segundo grupo de tiradores, integrando la
primera sección de la Compañía de Infantería (Ca I) "B".
El 26 de marzo, como primer paso a la realización de un ejercicio de combate en
la zona de responsabilidad de la unidad (sin saberlo se estaba poniendo en
práctica el plan de velo y engaño previsto para encubrir una misión real), se
creó la Ca I “C”, cuyo jefe era el Teniente Primero Daniel Esteban. Esta Ca
estaba compuesta por la 1ra Sección "BOTE” al mando del Teniente Roberto
Estévez, la 2da Sección "ROMEO" a cargo del Subteniente Juan José
Gómez Centurión (mi rol de combate en esta sección fue el de jefe del segundo
grupo), mientras que la 3ra Sección "GATO” estaba a órdenes del
Subteniente Roberto Oscar Reyes. La Ca I “C'' ejecutó las más diversas y
variadas misiones, ya en forma conjunta o con las secciones segregadas. Todo
comenzó con el desembarco del 2 de abril, honor que le correspondió a la Ca I
“C” y a elementos del BIM 2. Se continuó, entonces, con la ocupación de la zona
de Darwin y Pradera del Ganso. Luego se produjo el combate en el Estrecho de
San Carlos, para dar el alerta temprana. Se contó, entonces, con acciones heroicas,
teniendo en cuenta la inferioridad de los medios. Allí, en San Carlos, se
encontraban el Puesto Comando de la Ca I “C” (Tte 1ro Esteban), la Sec GATO
(Subt Reyes) y la Sec Pes (-) del RI 12 (Subt Vázquez).
Segunda seccion "Romeo". Fotografía tomada
frente a la escuela
Pradrera de Ganso, el dia de jura de fidelidad a la
Bandera.
LOS HECHOS
El 26 de mayo ya ocupábamos nuestras nuevas posiciones: el puente de Bodie
Creek, situado a unos 4.000 metros del caserío de Pradera del Ganso. Para entonces,
la sección "ROMEO" estaba sin el jefe del tercer grupo, por cuanto
éste había sido evacuado, como resultado de una herida de bala recibida con
posterioridad a una incursión aérea enemiga.
En consecuencia, debió hacerse cargo del mismo, el encargado de la sección. En
este punto, digamos que el Cabo Miguel Ávila (jefe del grupo apoyo de la
mencionada sección), ya había sido agregado a la sección del Teniente Estévez.
En la noche del día 27, comenzó el bombardeo naval inglés sobre las posiciones
situadas más allá del establecimiento Darwin y Boca House. Un nutrido fuego de
armas automáticas, delatado por el sonido y el resplandor de la abundante
munición trazante utilizada, indicaba que en ese sector se estaba concretando
un fuerte ataque enemigo.
En el sector Sur, nuestra fracción esperaba. En medio de una creciente
impaciencia, el jefe de sección decidió aguardar un tiempo prudencial y, de no
recibir ninguna orden del comando de la Fuerza de Tareas “MERCEDES”, tomaría la
decisión de marchar hasta Pradera del Ganso. Como no tuvo ningún tipo de
comunicación, con las primeras luces del día 28, nos replegamos hasta aquel
caserío que, a la sazón, era la retaguardia de combate. Dejamos nuestros
bolsones, llevando el equipo aligerado y toda la munición que disponíamos,
distribuida en nuestros porta cargadores y bolsas de rancho.
Comenzamos, entonces, una extenuante marcha hacia el poblado, según el ritmo
que nos permitía el estado del terreno. Con el barro hasta las rodillas, el
desplazamiento constituyó una verdadera proeza. En el avance, nos encontramos
con un espectáculo difícil de describir: soldados perturbados, con heridas
sangrantes o crisis nerviosas, confundían más el ya inquietante amanecer. El
cansancio, el dolor y la desesperación parecían juntarse y multiplicarse.
Cuando arribamos al lugar, el Subteniente Gómez Centurión se dirigió al puesto
comando. Allí le informaron que el Teniente Estévez había sido muerto en el
combate de Darwin, ocurrido esa misma madrugada. Su muerte se unía a la de los Cabos
Ávila y Mario Castro, y a la de los soldados Fabricio Carrascul, Arnaldo Zavala
y Horacio Giraudo. Al Subteniente Gómez Centurión le ordenaron esperar y
preparar la sección para dirigirse al sector de Darwin, ni bien existiera algo
más de información sobre la Ca I "A" del RI 12.
A media mañana, se decidió lanzar un contraataque, para bloquear una
penetración de efectivos enemigos que se habían desplazado por el Este de Monte
Darwin, con la aparente intención de atacar la posición por retaguardia. Cuando
la sección ya estaba en movimiento, llegó corriendo el Cabo Andrés Fernández,
dispuesto a sumarse al combate. Si bien este suboficial estaba destinado en el
rancho, Gómez Centurión no tuvo tiempo para negarle su pedido, y el cabo quedó
entonces integrado a la fracción.
La sección avanzó con la misión de alcanzar las alturas predominantes, por lo
que debimos cruzar el puente que se encontraba inmediatamente después de una
escuela, que ocupamos hasta el 1º de mayo. Alcanzamos el edificio, pero
rápidamente tuvimos que regresar, pues el enemigo ya tenía efectivos
adelantados en dichas posiciones. Para el movimiento de ida y vuelta, nuestra
formación era de una columna; en la pequeña playa, no había lugar para adoptar
otra. Ya para entonces, los equipos aligerados eran una tortura. Tuvimos que
deshacernos de ellos, pues con el peso de la munición y las correas gruperas de
cuero, que nos cortaban prácticamente la circulación sanguínea de los brazos,
dichos equipos constituían una real incomodidad. Los proyectiles de armas
automáticas enemigas pasaban por sobre nuestras cabezas e impactaban en el
suelo y el agua. Afortunadamente, no tuvimos heridos.
Mientras regresábamos a nuestras posiciones iniciales, el jefe de sección
ordenó ocuparlas, según este orden: el tercer grupo del Sargento Ismael García,
más cerca del improvisado aeródromo, luego yo, con el segundo grupo al centro,
y por último, el Cabo Rubén Oviedo con el primer grupo; debíamos tomar contacto
con las posiciones lindantes a la población de Pradera del Ganso. Pero el
combate se mostró confuso. En consecuencia, debido a la velocidad de marcha que
traíamos en el repliegue y al constante fuego enemigo, quedé ubicado en último
lugar. Por lo tanto, mis posiciones fueron ocupadas por el primer grupo. Me di cuenta
de este involuntario error, y a los gritos se lo hice saber a Oviedo. Pero él
me contestó que dejásemos todo así; ya no teníamos tiempo para cambiar de
lugar. Dios había dispuesto que sería mi compañero el que ofrecería su sangre.
El jefe de sección tomó, por lo tanto, este grupo -que estaba más cerca de él-,
y lo adelantó como patrulla en dirección a Darwin. Se divisó entonces, el
avance de una fracción enemiga, aproximadamente a 500 ó 600 metros al Norte del
lugar alcanzado por nuestra fracción. Estos efectivos avanzaban en columna
sobre el camino, advertidos, tal vez, de la posible existencia de un campo
minado. Mientras tanto, el Subteniente Gómez Centurión ordenó al tercer grupo,
ocupar posiciones sobre el lado derecho del camino. Fue aquí cuando vi por
última vez al Sargento García, quien al ser interrogado por mí acerca de dónde
se dirigía, con una sonrisa y el brazo levantado me contestó: "Nos vemos
Pachequito”. El sabía muy bien de la loable misión que estaba cumpliendo y de
su férreo convencimiento de morir por la Patria. Creo, pues, que con ese gesto,
se estaba despidiendo de todos nosotros.
La sección se reestructuró, para colocarse en forma oblicua al camino; bien
oculta, a pesar de las pocas cubiertas que ofrecía el terreno, pero con las
ventajas que otorgaban las condiciones climáticas, a partir de la baja
visibilidad. En tanto, se esperaba que el enemigo estuviese al alcance de
nuestras armas. Cuando se encontraban a unos 150 ó 200 metros, el subteniente
ordenó abrir el fuego. Los primeros ingleses que venían en la columna fueron
sorprendidos y cayeron heridos o muertos. El resto de la columna tomó
posiciones en el lugar. Se trataba de inducirlos a desplegar sobre el campo
minado que estaba a ambos costados del camino, pero, a pesar del violento fuego
que recibían, no hicieron lo que nosotros esperábamos. Al contrario, algunos se
tiraban cuerpo a tierra en el camino, y otros, más temerarios, disparaban desde
la posición de pie o rodilla a tierra. Así continuaron, abriendo fuego poco
efectivo sobre nuestra fracción.
Por un momento, logramos frenarlos. Luego, pasado un tiempo que pareció una
eternidad, el subteniente observó que unos soldados británicos levantaban los
fusiles y agitaban los cascos, por lo cual ordenó suspender el fuego. Los
hombres avanzaron hasta nuestras posiciones, y uno de ellos se apartó del resto
para hablar con nuestro jefe de sección, quien también se adelantó, dispuesto a
concederles el parlamento que pedían.
Pasado el combate posterior a ese parlamento, fue el propio subteniente quien
me contó que como joven oficial, se sentía orgulloso de que un jefe inglés
quisiera rendírsele, ya que se encontraban en una posición totalmente
desfavorable. Sin embargo, eso fue lo que creyó en un principio. Cuando el
oficial enemigo le preguntó si entendía inglés, y se dio a conocer como oficial
inglés, le dijo que si entregaba el armamento, aseguraba la vida de todos los
hombres de la sección. Al principio, no entendió muy bien el concepto, pero
cuando reaccionó, le contestó que no hablaría más, y que después de dos minutos
volvería a abrir el fuego. Luego, cada cual volvió a sus posiciones. Nadie
tiraba. Pero cuando faltaban pocos metros para que el Subteniente Gómez
Centurión llegara hasta donde estaba la sección desplegada, una ametralladora
comenzó a tirar desde unas elevaciones del lado izquierdo, que originariamente
no habían sido ocupadas por el enemigo. Al darse vuelta y observar hacia el
lugar de donde provenía el fuego, comprobó que el oficial inglés estaba en
posición de tirar, por lo que disparó con su FAL, observando cómo el citado
oficial caía mortalmente herido sobre los alambres. Inmediatamente se inició un
violento combate. La balanza parecía inclinarse, de repente, a su favor. Hasta
unos momentos antes, eran ellos los que sostenían la peor situación; entonces,
en esa nueva circunstancia, nos hacían fuego efectivo con ametralladoras, hecho
que causaba, entre los nuestros, gran cantidad de bajas.
En tales momentos, se pierde la noción del tiempo. Nos olvidamos, por lo tanto,
de nuestras necesidades básicas. Se tenía la sensación de que todo transcurría
en cámara lenta y no sentíamos, de inmediato, el miedo. La preocupación
primordial era sobrevivir.
El Subteniente Gómez Centurión y el Soldado José Ortega seguían tirando juntos,
contra los paracaidistas británicos. En un momento, el subteniente se corrió
hasta la MAG que, accionada por un soldado del RI 12 agregado a la sección, no
disparaba por encontrarse trabada. Luego de ponerla otra vez en funcionamiento,
y después de decirle al apuntador hacia dónde debía tirar, regresó
arrastrándose a su posición, encontrándose con que el Soldado Ortega había sido
muerto por un disparo en la cabeza.
El Sargento García, junto con los Soldados Ricardo Austin y José Allende,
fueron destacados para aproximarse a las ametralladoras inglesas, e intentar
silenciarlas con fuego automático de la MAG. Para ello debían cruzar el
alambrado que delimitaba el camino a ambos costados. Fue aquí cuando los
descubrieron, mientras eran batidos certeramente con fuego de ametralladoras.
Los dos soldados murieron en el acto. El sargento, herido, quiso cruzar el
alambrado, pero los ingleses nuevamente dispararon sobre él. En ese preciso
momento, pasó a la inmortalidad. Unos pocos segundos y su vida quedó tronchada.
Cerca
de la pista del aeródromo, el Cabo Oviedo, con intenso fuego, trató de llamar
la atención del enemigo, para permitir que el resto de los soldados obtuviera
una mejor cubierta. Pero fue el caos. El combate se volvió sangriento. Cayeron
soldados propios y enemigos, se escucharon gritos, órdenes, explosiones. El
volumen de fuego inglés era infernal. Todos trataban de buscar la mejor
cubierta, de aferrarse a algo. Cualquier cosa era válida para preservar la
vida, para seguir peleando; aun unos cajones vacíos de munición. Oviedo los vio
y se dirigió hacia allí, disparando, parapetado cuerpo a tierra tras de ellos.
Pero un disparo alcanzó su cuerpo y quedó encogido sobre sí mismo. Murió pocos
momentos después. Se fue como él quería: luchando de frente. Ganó, sin duda, la
mejor de las muertes para un soldado. Cerca de él, abatido por otros disparos,
también había muerto uno de los soldados de su grupo, el Soldado Ramón Cabrera.
Empero a pesar de tanto derroche de heroísmo, la posición se hizo insostenible.
El subteniente debía ordenar el repliegue hasta las posiciones iniciales.
Comenzó el movimiento de la fracción, cuando el jefe de sección se dio cuenta
de que el Cabo Fernández caía herido. Inmediatamente, junto con un soldado,
concurrió hasta allí para tratar de evacuarlo, ordenando al resto de la sección
que se replegara. El suboficial herido era un peso muerto. Lo arrastraban en
una forma muy lenta y esto podía ocasionar mayores pérdidas para el resto del
personal que los cubría por el fuego. Por ello, el subteniente optó por dejarlo
en un lugar, a cubierto, no sin antes prometerle que volvería a buscarlo.
Entonces sí, toda la sección se replegó reunida, algunos llevando a los que
estaban heridos, y el resto, cubriéndolos.
En un momento dado, mi grupo quedó entre dos fuegos. El enemigo seguía tirando
sobre nuestras posiciones; detrás de la mía, se hallaba personal del RI 12 que
contestaba con ímpetu, sin percatarse, quizás, de que nosotros estábamos ahí.
Ya casi no podíamos sacar nuestras cabezas; solamente lo hacíamos en alguna
breve pausa del fuego. En una de ellas divisé que, por la playa, un par de
hombres venían a la carrera, agitando sus brazos y gritando que eran propia
tropa. Resultaron ser el Cabo René Rosales y un soldado de la sección “BOTE”,
quienes habían quedado como enlace en la escuela. Después de perder contacto
con el resto de sus compañeros, sin saber la suerte que habían corrido todos
ellos, se quedaron en ese lugar hasta que pudieron salir sin ser descubiertos
por los ingleses, o bien cuando una pausa de fuego se los permitió.
Cuando el resto de la sección llegó a la altura en donde se encontraba mi grupo
(ya el enemigo no tiraba sobre nosotros), el subteniente me buscó y dijo que
García, Oviedo y algunos soldados habían muerto. En la voz, se le notaba mucha
rabia y singular congoja. Sé que lamentó mucho la muerte del encargado de la
sección, ya que en esos días se habían hecho muy amigos, hasta el extremo que,
en algunas ocasiones, dejaban de lado el formalismo y se permitían el tuteo.
Por mi parte, la única reacción que tuve fue la de maldecir y pegar un
cachetazo en el fusil, cuando la violenta realidad de la pérdida de mi amigo me
golpeó en el alma. El que alguna vez haya perdido un amigo y cualquiera haya
sido la circunstancia, creo que sabrá comprender lo que ello significa y el
dolor que produce.
En la sección, se habían producido muchas bajas, por lo que tuve que hacerme
cargo de la reunión del resto de los soldados, y sacar novedades de personal y
material, mientras el subteniente se encargaba de evacuar a los heridos para
que recibieran la atención adecuada. Entre muertos y heridos, el 50% de la
sección había quedado fuera de combate.
Los disparos se hacían cada vez más esporádicos. La sección ya no tiraba, para
ahorrar munición. Además, desde donde estábamos, ya casi no teníamos campo de
tiro.
Cuando el subteniente regresó, pidió voluntarios para buscar al Cabo Fernández.
Me ofrecí, pero él se negó, aduciendo que yo era el único jefe de grupo que le
quedaba con vida. Por lo tanto, me tenía que hacer cargo de la sección durante
su ausencia. Esperó que anocheciera, y junto con los soldados José
Aguerrebengoa y José Carobbio, estuvieron buscando al Cabo Fernández por
espacio de una hora. La noche era cerrada. Cuando al fin lo encontraron, el
Cabo se alegró muchísimo. Estaba casi inconsciente por la pérdida de sangre,
pero comentó que, un rato antes, una patrulla inglesa había pasado por ahí y él
había fingido estar muerto. Realmente, estaba malherido, porque al intentar
moverlo, gritaba a causa de los dolores. A duras penas, llegaron hasta el
puesto de socorro. El cabo se salvó, pero perdió dos dedos, y hubo que
aplicarle un clavo a la altura de la cadera.
Realmente, era una noche muy oscura. Comenzó a lloviznar y hacía mucho frío. Ya
casi no se escuchaban disparos, solamente se oían los rotores de los
helicópteros ingleses, quienes, aparentemente, acercaban refuerzos, material y
munición. Uno de ellos se acercó demasiado hasta nuestras posiciones, pero un
nutrido fuego de armas automáticas lo obligó a marcharse. En esos momentos,
comencé a tener conciencia de lo que había vivido. Pensaba en mi compañero, y
no podía creer que estuviera muerto. Sin darme cuenta, empecé a rezar. Luego
lloré, exteriorizando todas mis emociones largamente contenidas. No me
avergüenzo de ello, pues creo que es de hombres llorar. Lloré dando gracias por
seguir vivo, lloré con dolor por todos aquellos que habían muerto en el
cumplimiento del deber, lloré desconcertado, preguntándome el porqué de tanto
sufrimiento y tanta guerra, del sacrificio de tantas vidas, de si todo ello
valdría la pena. Ya casi no sentía frío. El frío se había hecho carne en mí.
Ahora tenía la inmensa responsabilidad de cuidar del resto de los soldados que
habían quedado en la sección. Con algunos de ellos, repartimos mantas a todo el
personal, para poder dormir más calientes y secos en nuestras posiciones. Era
como un merecido premio a tanto esfuerzo. Establecimos un primer turno de
guardia para la noche, con el 50% del personal, mientras que el resto
descansaría. A mitad de la noche, rotamos. Ya teníamos la orden de esperar
hasta el día siguiente. Por lo tanto, hubo un cese momentáneo del fuego. Ya presentíamos
que la rendición era inminente y que nada más podíamos hacer.
MI HOMENAJE
A 22 años de aquella jornada, sigo agradeciendo a Dios por haberme permitido
participar en un hecho histórico trascendental: defender a mi Patria en
combate. Aún hoy, continúo con el pecho henchido de orgullo por haber tenido
como compañeros de armas a aquellos hombres que, con valor, abnegación y
espíritu de sacrificio, entregaron sus vidas para restablecer el honor
nacional. Quiero transmitir que, como seres humanos, somos temerosos de
enfrentar lo inevitable: la propia muerte. Pero ellos supieron hacerlo de cara
al enemigo, sin especulaciones.
Las acciones heroicas descriptas en este relato no nacieron del cálculo, sino
de las enraizadas convicciones de hombres con sentimientos profundos, que
sabían lo que querían y hacían. Ellos constituyen, para los que hoy transitamos
en el histórico y querido RI 25, el emblema de nuestros procederes diarios.
Ellos, ya pertenecen a la legión de héroes.
Ellos, por su sangre derramada en la fría turba malvinense, son los
"BRAVOS del 25”.